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miércoles, 14 de marzo de 2012

Barranco de Ruíz: afianzándonos en el risco y aprendiendo a convivir con la sensación de vacío en las laderas.

Como cada sábado desde hace ya cinco meses, acudimos a la cita con la actividad tan esperada durante toda la semana de salto del pastor y nos encontramos en el Rincón en la sede del Colectivo “Tagoror Chiregua”, en la Antigua Escuela Unitaria de este espacio rural protegido en El Valle de La Orotava. Donde a la llegada de cada uno de los miembros del curso se le agazapa con la habitual acogida y las muestras de cariño de las que desde siempre la gente que conforma el colectivo ha hecho y hace gala y de las que, por supuesto, se contagia todo el alumnado que pasa por la escuela.

Tras la bienvenida, la dosis semanal de calor humano en forma de dos besos y sentidos abrazos y compartir el devenir de lo que nos ha deparado la semana, se suben las lanzas al coche y acto seguido tomamos rumbo a Barranco de Ruiz, en el municipio norteño de Los Realejos y muy cerca de Las Aguas en San Juan de La Rambla. Una vez en el punto de inicio, al pie de la ladera, comenzamos a ascender, andando lanza al hombro y en mano, barranco arriba por el sendero que tantos muchas veces hemos bajado alguna vez. Ya el paisaje era diferente al hacerlo en ascensión y a una hora más o menos inusual para emprender pateos (después del mediodía, al comenzar la tarde, alrededor de las cuatro de la tarde). El día no estaba totalmente despejado pero nos permitía unas vistas privilegiadas del barranco, de la ladera de enfrente, de las cabras que por ella el cabrero hacía pastar y del majestuoso Padre Teide presidiendo la gran aventura que habríamos de experimentar. ¡Todo un espectáculo!

A mitad de la ascensión para llegar al punto de partida de la ruta, amenizada por las características charlas entre alumnos-profesores o entre nosotros(los alumnos), hablando de la ruta en sí, de anteriores experiencias en ella, de la vegetación, historia del lugar y demás, hallamos gracias a las indicaciones de Juan un grabado lineal en una roca a un ladito del sendero, un regalo de los antiguos.

Más arriba tuvo lugar la última parada técnica en el calvario de la Vera, en medio del monte, más bien de la ladera, para beber agua y tomar aliento tras la subida. Para acto seguido y sin mucha demora comenzar a bajar, nuevamente lanza al hombro y en mano, hasta llegar al Mirador del Masapé. Desde aquí iniciamos ya por fin el ansiado descenso con la lanza, descubrimos más pronto que tarde que el camino será excitante no sólo por el bellísimo paisaje del que vamos a disfrutar con unas vistas privilegiadas que sólo esta actividad, y seguramente el parapente, nos permite observar, sino también porque la ladera es bastante empinada y la sensación de vacío en el conjunto del lugar- puede que la mayor hasta ahora o bastante similar a la ruta anterior de Las Cuevas de Bencomo- es acojonante y hace se multiplique nuestra atención y concentración.

La ruta transcurre sin mayores novedades y disfrutando del lugar. Excepto para algunos rezagados que van a aprender a observar de manera más acertada el camino, para en la próxima ocasión ver las huellas del rastro que dejan las puntas de las lanzas de quienes van más adelante y de esta forma no perder el paso de vista. En esta ruta apenas se pueden realizar saltos a pies juntos o los que se pueden llevar a cabo son de escasa altura, los que se realizan requieren de mucha precisión. Mayormente el trayecto transcurre realizando bastoneo de mucha precisión. Casi llegando al final de la ruta, a la carretera, sucede algo inesperado por el alumnado, pero que los profesores, por supuesto, habían previsto, que era se nos hiciera de noche. Así que aprendimos también algunos, los más confiados y por ello patosos que a veces desobedecemos o nos despistamos de seguir ciertas indicaciones por las prisas u otras causas, que siempre hay que llevar frontal a cuestas por lo que pueda pasar, también el chubasquero.

También aprendimos, sobre todo yo, que aunque hayas caminado mil senderos no es lo mismo que saltar. Que hay muchas probabilidades de transitar terrenos inestables, con arenilla y piedras sueltas y que hay que ir con mucho cuidado (y más de noche y con algo de cansancio, pues apenas se ve y falla la concentración) en cada movimiento que se hace, sobre todo de los pies, que habrá que levantarlos con muchísimo sigilo y nunca arrastrarlos porque lo más probable es que arrastremos con las piedras que puede haber sueltas a lo largo del camino.

Esta parte última de la ruta que hicimos en la oscuridad, con linternas y la gran profesionalidad y experiencia de los profesores de siempre, Juan y Toñito, esta vez teniendo el ya habitual apoyo de Enrique y Horacio, fue toda una aventura, un aporte extra de tensión-emoción que se unía a la acumulada a lo largo de toda la bajada por la sensación de vacío y la concentración añadida de las últimas rutas, que empiezan a multiplicar la dificultad.

Una vez llegamos a la carretera la gente tenía un subidón poco habitual por la experiencia vivida en la oscuridad, donde creo que la experiencia nos ha de hacer avanzar mucho en nuestro empeño de dominar esta bella, divertida, ancestral, tradicional y tan canaria práctica del salto del pastor. La gente estaba alterada, excitada, casi con ganas de volver a subir y hacer toda la ruta nuevamente, pero esta vez toda a oscuras.

Sin lugar a dudas se ve que en general se va ganando confianza, el terreno va adquiriendo mayor dificultad y nos vamos afianzando en el risco y mejorando en la concentración y en la precisión a la hora de saltar. Hace unos meses no teníamos idea alguna y mirar una ladera de estas características seguramente nos parecía misión poco menos que imposible; ahora una realidad.

El salto de pastor es una forma muy efectiva y emocionante de cumplir pequeños grandes deseos. Desde siempre, desde pequeño, he visto en mis infinitos paseos por la zona, las laderas verdes y llamativas de cada rincón del Valle, del Norte y de la Isla, con unas ganas terribles de acceder a ellas y poderlas palmo a palmo disfrutar, con la intriga de qué me iría a encontrar. Ahora este sueño se está haciendo realidad y sé lo que estos rincones casi vírgenes esconden y que ahora se me revela: una mayor sensación de libertad en la convivencia con el entorno, otro maravilloso y único punto de vista de nuestra naturaleza. Y, lo más importante, que en lugar de un grupo de alumnos y alumnas acompañados de profesores, considero que somos en el risco la esencia de Tagoror Chiregua, es decir, gente con mucha vida, un grupo de excelentes personas compartiendo experiencias, aventuras y risas, destilando cariño por todos los poros, donde los de más experiencia o más avanzados enseñan y guían en este noble arte cultural a quienes tienen mucha ilusión por aprenderlo y secundar sus pasos, para continuar una vez concluya el curso compartiendo otras muchas rutas y experiencias a lo largo de la geografía insular y de las siete islas.

¡Gracias a toda la gente de Tagoror Chiregua, muchos de ellos amigos y otros camino de ello pero indudablemente personas buenas de gran valor humano, especialmente a Juan y Toñito, y a todos los compañeros y compañeras del curso por el ambiente tan entrañable que se ha creado. Tanto que el no poder quedarse a “el refresco de después” con su charla se ha convertido en unas ganas enormes, más aún, de que llegue el siguiente sábado para poder hacerlo!

Rober.


PD: Barranco Ruiz es un lugar que personalmente siempre me ha parecido de mucho encanto en las tantas veces que he bajado caminando por él en diferentes rutas. Pero esta vez ya de antemano tenía algo de especial, como especial es este curso que he retomado después de seis años, lo tuve que dejar a causa de la hernias discales que más tarde me descubrirían y que me impedían saltar sin luego resentirme en forma de terribles dolores de espalda, cosa que me hacía pensar que quizás nunca podría practicar esta práctica tradicional y ancestral que siempre me había llamado la atención… Y cuando a los dos meses de iniciado hube de abandonar el curso lo hice con todo el dolor de mi alma no sólo por abandonar dicha práctica sino por no poder disfrutar también semanalmente de las personas que conformaban el curso y el colectivo en general. Así que ahora es una inmensa alegría realizar cada sábado la actividad, como el premio a la perseverancia en la práctica asidua de ejercicios físicos específicos para superar dichas molestias y poder realizar entre otras esta actividad.


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