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martes, 25 de noviembre de 2014




( 22 de noviembre, sábado)


PASEÍTO HÚMEDO EN LAS   LADERAS DE MORDOR:



Ponle que eran las cuatro…todavía enyugados con el cous-cous del almuerzo y azorados por la adversa meteorología, nos dispusimos a salir del local tras haber elegido concienzudamente nuestra lanza: – ¡Ajh, esa misma muchá!–, – A mi dame una chiquita tal… –, –  Yo quiero la de Don Pedro – dije yo, sabedor de la extrema calidad de la vara del Pater, ahora, ños! pesa la cabrona.Está fuerte el hombre.


















Ya enfilados poripallá veníamos cinco monitores, dos alumnos y un freelance (free=libre, lance=lanza, libre de lanza, vamos, que no tengo): Fran, doña Petri, Mª José, Javi, Ricardo, Marta, Enrique Carmona (atención, calcetín por encima del pantalón, máximo estilazo) y uno. Dirección el Ancón, tras un breve análisis ornitológico con kíkaras y gallinas punky de por medio, nos desviamos antes del portón hacia la derecha por un senderito empinado que nos llevó hasta Vista Paraíso. La vista pa´ abajo es un paraíso, sí, el mar extenso, el barranco angosto, el valle de fondo, todo verde, todo chachi.



Ya lo que es pa´ arriba la cosa cambia, na más que bajantes y terrazas de ricos vistas desde abajo. Ahora entiendo el concepto “deporte marginal”. Tras unas breves pero altamente pedagógicas lecciones de salto a Marta (primera toma de contacto con el brinco, directamente a la riscadera, ¡ala!, menos mal que la chica es ajeitada) comenzamos a descender con el noble y seguro arte del bastoneo; pincha por aquí, pincha por allá, pasito aquí, resbalón allá, sácate los picos de penca del culo, etc…al final con lo “resbalizo” que está va a ser más seguro saltar a regatón muerto. Así que yo me sumbé de lo alto – ¡Rián! –.






En la bajada, que fue segura pero veloz, como el antiguo cuatro latas de Petri, hubo tiempo para identificar la flora autóctona correspondiente: había unos pasteles de risco que daban ganas de echárselos a la boca de lo carnosos que estaban, y lágrimas de la virgen, que podrían haberse llamado mocos blanquecinos o incluso lapos de rana pero claro, la imaginería religiosa siempre es más recurrente en materia botánica.
De súbito, la inquietud se hizo palpable. Al frente y sobre el mar se suspendía en su negritud la gran cortina húmeda, el ojo de Sauron, el llanto de Belcebú, ¡Oh Dios!. Huimos pues, cual pequeños hobbits de la comarca amedrentados por una fuerza divina, pero resoplando aliviados pues esta vez la naturaleza benevolente nos había respetado durante todo el descenso, según algun@, se había “confabulado” con nosotros.




Comentando la jugada regresamos de vuelta al local, algunos más mojados que otros pero felices todos; y aprovechando la coyuntura nos mojamos por dentro también, pero con agüita de cebada que dicen los profesionales de la salud que es bien rica para después del deporte. Hagámosle caso pues, ¡salud!

                                       Eresé
 






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