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lunes, 19 de enero de 2015



SABADO 17 DE N ENERO, POR LAS LADERAS DEL ANCÓN



Como bien se refleja en el título que precede, sábado 17 de enero, día en el que me tocó hacer la crónica para los seguidores del blog del Tagoror Chiregua. Qué responsabilidad la que he metido en mi mochila -parece que ahora pesa un poquito más-, y sin ni siquiera empezar a realizar el calentamiento que nos preparase a la ruta del Ancón, que según decían los entendidos que esos lugares ya habían transitado, requiere de mucha maña para acometerla sin riesgos innecesarios.



   Enrique parece que no teme a que “los nuevos”, no por edad y sí por inexperiencia, descendamos por unas laderas de cautivadoras vistas que merecen unas paradas para realizar fotografías mentales, que quedarán guardadas en nuestra retina con el mismo entusiasmo con el que se reciben presentes  el día de Reyes. Su rostro parece demostrar lo dicho, y si no, disimula bien.



Petri, sí. Como experimentada educadora, piensa que la asimilación del movimiento, llamados por otros patrón motriz de la actividad física, no está adquirido. Nuestras experiencias anteriores son escasas y quizás no estemos aún preparados para afrontar esta ruta.


Si les soy sincero, no sé qué razones habrán puesto en la balanza para decantarse por el Ancón, pero ella salió, y yo, agradecido. El disfrute de esta tarde de sábado recompensa el trabajo y quebraderos de cabeza de la semana.




   Los compañeros que pertenecen al Tagoror desde años anteriores toman la cabeza del grupo, y con su demostrada habilidad sortean los escollos que pone el camino, y será que uno estaba más pendiente al suelo que a otra cosa, que nada más comenzar les pierdo de vista. Pero sin preocupaciones, nada que un buen  silbido no pueda arreglar. Me sorprende la verticalidad de la ladera, y por ende, que si me metiese un lomazo, dónde carajo iría a parar. Pero bueno, debe ser que algún mecanismo de defensa poseemos los saltadores -y aquí me arrayo un millo- que aparca de inmediato el temor y lo suplanta por la ilusión de disfrutar de lugares que si no fuera por la ayuda de la lanza serían  imposibles de transitar. Y gracias a eso, pues algunos pasos hay que hacerlos con pie firme y con los ojos bien abiertos para no caer, aunque tengo que confesar, que mis posaderas tocaron tierra en una ocasión, pero entre que ya por naturaleza vienen bien acolchadas y que rápido de mente echo la culpa al barro adherido a mis botas, a levantarse, cabeza bien alta, y a seguir... cómo todo en la vida amigo Dani.
 







   Por cierto, Petri no me vió, estaba custodiando a Marta en la primera mitad trayecto, la consanguinidad hace aumentar su responsabilidad. En la segunda mitad, todo a ojo de buen cubero, claro está, le tocó vigilar las torpezas de uno. Y ha de ser cosa de los años, cada vez cuesta más corregir los errores cometidos. Pega la lanza Raúl, levanta la pierna izquierda Raúl, flexiona al caer Raúl, cuidadito con las cuerdas de la mochila Raúl, frena con las piernas que te revientas los brazos Raúl... pero debe ser que estoy, como dicen los más jóvenes que yo, flipando, o quizás, que estoy inventando un estilo propio. Pero bueno, todo se andará.





Salto a salto y bastoneo a bastoneo, llegamos al final del descenso, y allí frente a unas huertas de viñas malvasía y que se han plantando recientemente practicamos los saltos en varias ocasiones, hasta que la luz nos lo permitió. Ah! Antes de que se me olvide, felicidades por los que apuestan por la agricultura, cuándo esas huertas produzcan fruto han de ofrecer una maravillosa imagen. Unos más arriba, otros más abajo, disfrutamos de saltos, corregimos fallos y, por la parte que me toca, admiré a los que ya saltan a regatón muerto, ojalá algún día lo haga tan bien como ellos.

De regreso a la sede cayó la noche y la caja del gofio se abrió. Excusa perfecta para echarse la previa en el Restaurante San Diego, y luego, remate en La Perdoma. El buen vino del guachinche la Era del Marqués pareció calentarnos el pelete que hacía -ni frío podía llamarse aquello-, cuando salí del local la temperatura había subido un par de grados. El buen comer y la grata compañía producen estos efectos beneficiosos al cuerpo. Y así concluye la jornada, con la charla de regreso de un  realejero y un  ramblero con los papeles cambiados... El del realejo con casa en San Juan de la Rambla y el ramblero con casa en Los Realejos, las vueltas que da la vida.

( Raúl)
 

           






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